Biografía de la Beata Ana de los Ángeles Monteagudo: vida y dones extraordinarios

El 26 de julio de 1602 vio la luz en la ciudad de Arequipa una niña que sería conocida como hija de Sebastián Monteagudo de la Jara, originario de España, y Francisca Ponce de León, natural de Arequipa.

Devoción total al servicio divino

A pesar de la fuerte oposición de sus padres, Sor Ana de los Ángeles Monteagudo decidió regresar a Santa Catalina, guiada por su inquebrantable vocación.

Como novicia, se enfrentó a una dura batalla interior que purificó su amor hacia el Señor. A pesar de su sincero deseo de llegar al cielo, le atormentaban algunas dudas sobre cómo lograrlo, causándole un gran sufrimiento.

La Vida de Sor Ana de los Cielos

Sor Ana de los Ángeles Monteagudo, nacida el 26 de julio de 1602 en Arequipa, Perú, fue enviada por sus padres al monasterio dominico de Santa Catalina para formarse y cultivar su profundo espíritu religioso.

A los catorce años, su familia decidió llevarla de regreso a casa con la intención de introducirla en la sociedad y comprometerla en matrimonio. Sin embargo, los planes de Dios y los deseos de Ana de los Ángeles eran otros, ya que había experimentado claramente el llamado divino a consagrar su vida en el convento dominico.

Sor Ana y la Salvación de los Espíritus del Más Allá

Una devota de San Nicolás de Tolentino, Ana, descubre un relato sobre la vida del santo mientras oraba fervorosamente por las almas en el Purgatorio. A pesar de los intentos del demonio por detenerlo, su oración era efectiva y su fortaleza aumentaba con cada ataque y golpe del maligno.

Tras leer esto, Sor Ana de los Ángeles Monteagudo se preocupa profundamente por los miembros de la Iglesia Purgante. Dedica sus oraciones, hace sacrificios y busca recursos para ofrecer misas de sufragio por ellos.

Sor Ana de los Ángeles tenía un gran deseo de ser santa, lo demostraba a través del amor y dedicación que ponía en cumplir con sus responsabilidades. Fue sacristana y, más tarde, Maestra de Novicias.

La dualidad de Sor Ana de los Ángeles

Sor Ana de los Ángeles Monteagudo fue una mujer que dedicó su vida a su vocación dominica, viviendo en completa entrega hasta sus últimos días. Sin embargo, Dios le otorgó dones extraordinarios que le permitieron mostrar su amor infinito hacia el prójimo.

Era conocida por ser una vidente, lo cual le permitió ayudar a personas en peligro, incluso a su propio obispo. Su cercanía y conexión con las almas del Purgatorio fue clave en sus predicciones sobre eventos futuros.

En varias ocasiones, Sor Ana predijo enfermedades de aquellos cercanos a ella. Sus predicciones, muchas veces, eran recibidas con rechazo, desconfianza e incredulidad por aquellos que serían afectados de alguna manera.

Su muerte

Sor Ana de los Ángeles Monteagudo falleció el 10 de enero de 1686.
Después de su partida, no fue necesario embalsamar su cuerpo porque liberaba un agradable aroma. Fue sepultada en el Coro del templo del Monasterio.Pero diez meses más tarde, su cuerpo fue exhumado y se encontraron sorprendentes características.
El cadáver de Sor Ana de los Ángeles mantenía su frescura, no emitía malos olores y sus músculos y articulaciones eran flexibles. Además, su aroma especial impedía que se pudiera mover del lugar.

Después de su muerte, los milagros continuaron ocurriendo. Muchas personas cuyas enfermedades fueron sanadas al encomendarse a Sor Ana de los Ángeles Monteagudo o al tocar una de sus prendas. Estos eventos llevaron a las monjas catalinas a colectar testimonios y hacer una solicitud el 19 de julio de 1686, tan solo seis meses después de su fallecimiento.
El objetivo era que la venerable monja se convirtiera en la primera Santa de Arequipa, un proceso que todavía sigue en curso.
Por siempre ruega por nosotros, Sor Ana de los Ángeles.

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Reformadora de su comunidad

San Juan Pablo II, durante su visita a Arequipa el 2 de febrero de 1985, beatificó a una dominica peruana que contaba con una relación especial con las almas del Purgatorio. También tenía un fuerte interés por la evangelización de los indígenas y una gran generosidad con los necesitados.

En su discurso, el papa dijo: «Su caridad era conocida por todos, siempre dispuesta a guiar a aquellos que dependían de ella hacia el perdón y la vida en gracia. Su santidad se hizo evidente no solo dentro de los muros del convento, sino también fuera, con su fama de santidad. Además, brindaba su apoyo a obispos y sacerdotes con su oración y consejo, y acompañaba a peregrinos y viajeros con su intercesión».

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